“La experiencia es la madre de la ciencia”, dice el dicho. La mejor forma de aprender algo es experimentando. Haciendo. Actuando.
Claro que la experiencia no es la única forma de aprender.
Un segundo camino, en general menos eficiente, menos eficaz, es el estudio. Aprender de las experiencias ajenas.
Para lo cual hay que tener disposición a aprender de otros, que no siempre se tiene. ”Nadie aprende en piel ajena”, reza otro dicho.
Y fundamental: para poder aprender de ellas, las experiencias de esos otros tienen que ser transmitidas de forma veraz.
Lo ideal es combinar ambas formas. Experimentar teniendo en cuenta lo que otros aprendieron -por experiencia- antes que tú.
Y por el contrario, quien no experimenta, ni estudia, en algo, no lo aprende. Y si ese algo es algo básico que afecta cotidianamente a su vida, es un caso de analfabetismo funcional.
La política no es una excepción.
Si una persona se limita a votar una vez cada cuatro años no experimenta la política. No participa. No decide. No hace.
Y si, todo lo más, se limita a consumir la propaganda -que no información- proporcionada por los medios de comunicación, tampoco aprende nada por la vía del estudio. Tan sólo memoriza lo que el Poder mediático quiere inculcarle.
Y eso es adoctrinamiento, no aprendizaje.
Quien sólo vota y consume propaganda, no aprende. Padece analfabetismo político.
Y si existe analfabetismo político, no se tiene capacidad suficiente para comprender la política, para saber por qué pasa lo que pasa, o cómo cambiar las cosas; o para tomar decisiones acertadas.
Nos equivocamos. Nos engañan.
¿Cuántas personas participan regularmente en política? ¿Cuántos, ya que no participan, al menos la estudian?
Pues por eso estamos como estamos.
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