O eso han dicho al
menos algunos de los políticos y propagandistas del Régimen que han
pasado recientemente, día sí y día también, por los grandes medios de
comunicación, con motivo de las elecciones
“plebiscitarias” catalanas.
Y sin embargo, estas elecciones, ¿han resuelto algo?
Han servido para
contabilizar cuántos catalanes están por una opción u otra, desde
luego. Y eso ya es algo. Pero no han resuelto la cuestión
independentista, que era de lo que se trataba: los ganadores no han
obtenido mayoría suficiente para una declaración unilateral de
independencia.
Sin embargo, a la
vista de los resultados, se podría llegar a un resultado más
concluyente, con otra votación. Un referéndum que forzara a los
catalanes a posicionarse mayoritariamente en una opción u otra:
independencia o inmovilismo; que es lo que, a día de hoy, pueden
decidir los catalanes unilateralmente. O se podría esperar a ver si
cambia el gobierno en España y se abre alguna otra posibilidad
intermedia.
Pero, sea como fuere,
en unos meses, se podría conseguir una mayoría ciudadana en un
sentido u otro.
Pero,
¿hasta qué punto eso resolvería la cuestión?
A la vista de los
resultados de este “plebiscito”, cualquier decisión que se
tomara, por mayoría, dejaría a una gran parte de la sociedad
catalana enormemente descontenta. Una puerta abierta a futuros
problemas. Pan para hoy y hambre para mañana.
Mala forma de
resolver esta cuestión, votando.
Y no, en democracia,
las cosas no se hacen así. Las cosas no siempre “se resuelven
votando”.
En democracia, votar -y decidir e imponer por mayoría- es una herramienta que tal vez no podamos evitar utilizar, pero no es la única ni la definitiva. Y es un último recurso. Cuando no queda otra opción mejor.
En democracia, votar -y decidir e imponer por mayoría- es una herramienta que tal vez no podamos evitar utilizar, pero no es la única ni la definitiva. Y es un último recurso. Cuando no queda otra opción mejor.
El valor de la
democracia viene del respeto al conjunto de la ciudadanía. Del
acuerdo. De la búsqueda de grandes consensos entre los ciudadanos,
para que las decisiones que se tomen sean lo menos lesivas posible.
De evitar la imposición allá donde es posible el acuerdo.
Y, en una democracia
plena -ideal-, siempre, siempre, es posible el acuerdo.
Aunque en la vida
real, por desgracia, a veces habrá que aceptar alguna imposición no
consensuada, tomada por mayoría. Pero tienen que ser las menos
veces, y tratando de alcanzar el máximo consenso.
A más imposición, menos democracia.
P.D. Un país donde
los procesos electorales son una confrontación para conseguir
mayorías suficientes para imponer la voluntad de unos a los otros,
no es un país donde se valore, y se practique, la democracia.
En ese país, como
no puede ser de otra manera, votar resuelve -cambia- poca cosa.
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