martes, noviembre 23, 2010

Pero… ¿podemos conseguirlo vaciando escaños?


Cuando explicas a la gente lo que pretendemos con Ciudadanos en blanco, les cuentas lo del voto en blanco computable en forma de escaños vacíos, les dices que esos escaños vacíos se pueden conseguir a través de un partido político herramienta cuyos electos no ocupen sus asientos, al final, cuando lo asimilan, casi siempre acaba surgiendo la pregunta del millón:

¿Y qué se puede conseguir vaciando escaños?

Lo cierto es que, en principio, parece que, incluso siendo optimistas y contando con liberar algunos escaños de los parásitos que los ocupan, ello serviría de más bien poco, ya que sin diputados no se puede ni proponer ni votar esos cambios que tanta falta nos hacen.
Así que, en esta línea, la eficacia del voto en blanco computable acabaría siendo similar a la del voto en blanco “oficial”, a la de la abstención o a la del voto nulo, opciones que basan su éxito en una masiva desasistencia del electorado al sistema actual; con la salvedad, eso sí, de que siempre es más gratificante saber que, al menos, tu escaño está libre del parásito correspondiente, cosa que no puede pasar en ninguno de los otros tres casos.
Pero eso se revela, en principio, insuficiente.

Es por ello por lo que muchos descontentos se decantan por un partido nuevo o minoritario como medio para cambiar las cosas. Sin embargo, ya hemos visto lo que hace el Sistema con estos partidos: se los come con patatas. Nuestro Sistema electoral está diseñado para mantener un muy escogido –y reducido- grupo de partidos en el poder; partidos que, todos ellos, deben contar con el apoyo del poder económico para seguir ahí; partidos que, por ello, jamás van a reformar un sistema que es el idóneo para mantener su casta parásita de políticos profesionales y el poder en manos de los de siempre.
En definitiva, que así, con una miríada dispersa y enfrentada de pequeños partidos con ánimo de reforma, no se puede conseguir nada.

La conclusión a la que muchos descontentos han terminado por llegar es que sólo hay una posibilidad de vencer al Sistema: un único partido “revolucionario” que unifique y concentre todo el voto descontento –“la unión hace la fuerza”-. Para ello, tendría que tener un programa esquelético, reducidísimo, abierto a todos y enfocado en conseguir las reformas mínimas imprescindibles que harían falta para poder empezar a considerar nuestro sistema político como una democracia real.

Pero hay un pequeño inconveniente: que esta única alternativa final, realmente, no existe. Porque… ya sabemos cómo somos los españoles; en palabras de Lamparilla, “el barberillo de Lavapiés”:

Pues aquí tenéis de España
una copia y un modelo
4 hombres, 4 opiniones
si habláramos con 200, 200 partidos
todos con sus ministros diversos.
Sería pues necesario
para estar todos contentos
que hubiera en cada familia
un ministro por lo menos.


O lo que es lo mismo, es imposible que una mayoría suficiente de descontentos nos pongamos de acuerdo en sacar adelante un único partido “revolucionario”, ni en seleccionar unos pocos puntos esenciales que constituirían su programa, ni finalmente, en votarlo.
Porque unos quieren liberalismo, otros socialismo; unos centralización, otros descentralización; unos mónadas republicanas, otros democracia directa, otros simplemente un cambio de políticos; unos listas abiertas, otros circunscripción única, otros representación proporcional; unos laicidad, otros confesionalidad; unos familia tradicional, otros familia “libre”; unos una nación española, otros una nación catalana, vasca, gallega… y así seguimos, y seguimos, y seguimos…
¿Realmente alguien cree posible unificar todo eso en un único partido?

Así que, finalmente, tenemos que volver al principio: a lo de vaciar escaños. Si queremos tener una mínima posibilidad de cambiar las cosas, tenemos que ponernos a vaciar escaños… porque, por insuficiente, por inútil que pueda parecer, desgraciadamente… no hay ninguna otra alternativa.

Y además, tal vez sí que haya esperanza, tal vez, lo de vaciar escaños, pueda funcionar.
Porque, ante la imposibilidad de llevar a la práctica todas esas ideas y convicciones “imprescindibles” de los descontentos, sí se puede, en cambio, dar la posibilidad a estos de expresar una única idea, la más básica, la esencial, la fundamental: con el voto en blanco computable, vaciando escaños, se puede generar un clamor ciudadano, pidiendo, o más bien exigiendo… DEMOCRACIA. Simplemente eso, democracia. El programa mínimo posible.
Y ese clamor, potencialmente, puede ser tan poderoso como sea necesario para que la casta política no pueda ignorarlo, so pena de acabar con un parlamento semivacío e ingobernable, un sistema político roto y deslegitimado y, lo que es más importante, con una ciudadanía, mayoritariamente, en rebeldía.
Y ante esa amenaza, las cosas, finalmente, cambiarían.