lunes, julio 12, 2010

El cuento del malvado funcionario

Estaba yo hace unos días dándole vueltas a eso de encontrar un empleo digno, algo verdaderamente difícil en estos tiempos y en estas tierras manchegas en las que vivo. Se me ocurrió que igual podría dedicarme a escribir cuentos para niños, actividad que he supuesto debe ser bien sencilla y muy bien remunerada, ya que, según tengo entendido, es ejercida por alguna esposa de presidente del gobierno.
Así que escribí un cuento, totalmente inventado, y lo conté, para evaluarlo, a un grupo de niños en un cuentacuentos callejero con marionetas. El cuento es este:

El malvado funcionario

Érase una vez un sujeto perverso, maligno, pérfido, malintencionado, vil, cruel, despiadado, traidor, vicioso, malencarado, y, lo peor de todo, funcionario -de una administración local-, que, en cierta ocasión, puso en marcha un malvado plan para derrocar al muy democrático gobierno de una próspera nación situada en un lugar remoto de un viejo continente.
Este sujeto, aprovechando un insignificante malentendido sobre la propiedad de un inmueble, procedió injustamente al embargo de unas cuentas de la Administración Pública del democrático gobierno, inmovilizando la fabulosa suma de 250.000 níqueles (el níquel, moneda de curso legal de esta remota nación, equivale a un euro aproximadamente). Este dinero estaba destinado a pagar las pensiones de multitud de pobres y desvalidos ancianitos. El plan de este malvado funcionario era aprovechar las muertes por inanición de los indefensos pensionistas, causadas al no recibir sus vitales pensiones -congeladas en las cuentas de diversos organismos bancarios-, para forzar al gobierno del bondadoso, brillante y honesto Presidente de esa gran nación a dimitir por su incompetencia y poner en su lugar un gobierno títere que atendiera únicamente a sus depravados deseos.
Sin embargo, como este malvado funcionario era, como casi todos los malvados de casi todos los cuentos, muy estúpido, cometió un error imperdonable. En lugar de cometer su fechoría en el más absoluto secreto, se atuvo al procedimiento administrativo de embargo y apremio de esa nación, y comunicó formalmente su intención de embargarla a la administración pagadora de las pensiones de los ancianitos.
Así, aunque a pesar de todo, el poderoso funcionario inmovilizó el dinero, la Administración del Estado lo descubrió de inmediato y lo llevó ante los tribunales de Justicia, donde el funcionario espera su condena y ejemplar castigo, como corresponde a un criminal de su calaña. Todo ello a pesar del apoyo cómplice de sus superiores políticos locales, que al parecer han reconocido formar parte de la taimada conspiración desde el principio. Además todo ello fue aireado en los medios de comunicación, con lo que todos los ciudadanos tuvieron constancia de su pérfida acción, frustrando así sus malvados planes.
Y desde entonces, en esa próspera nación, los ancianitos fueron felices y comieron perdices para siempre.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Lo cierto es que la reacción de los niños me desanimó bastante. Una de ellos, una espabilada pilluela de unos 5 años, se erigió en portavoz del grupo y, al finalizar el teatrillo, me indicó, algo molesta:

"Señor, este cuento no es creíble, por varios motivos. Principalmente por lo siguiente:
Primero, es absurdo que un funcionario de una administración local pueda embargar las cuentas de una administración estatal, así, por las buenas, ante la oposición expresa de esta. Un funcionario local no puede tener tal poder. Además, en caso de discrepancia, lógicamente se llegaría antes a un proceso judicial, donde un juez dictaminaría la ejecución, o no, de dicho embargo.
Por otra parte, aun en caso de proceder a la inmovilización de esos fondos, estos supondrían una cantidad insignificante comparada con el volumen total de dicha administración estatal, por lo que para nada se vería afectado el pago de las pensiones, que además serían intocables, puesto que antes se bloquearían otros pagos de menor importancia, como los salarios de los políticos.
Y en cualquier caso, los pensionistas no morirían de hambre, pues podrían recurrir a los múltiples servicios sociales que permiten unas condiciones de vida dignas para todos los ciudadanos.
Y por último, obviamente los superiores políticos locales del funcionario serían los principales responsables de la acción y por tanto son ellos los que debían ser encausados. El funcionario no es más que el peón en la conspiración, y por tanto no es posible que sólo él sea juzgado y castigado cual simple cabeza de turco.
En definitiva, que este cuento no tiene razón de ser en una nación democrática y próspera gobernada por brillantes dirigentes, tan sólo tendría sentido en otro tipo de gobierno, por ejemplo, una república bananera gobernada por necios, incompetentes y/o corruptos."

No tuve más remedio que convenir con la perspicaz pilluela en sus apreciaciones.

"Y ya puede revisar el cuento para que el héroe sea una bella e inteligente conspiradora rebelde que, naturalmente, depondrá a los indeseables administradores tanto locales como estatales, restaurando así la paz y la justicia y casándose con un guapo, simpático y bondadoso ladronzuelo". Terminó diciendo esta redicha justiciera infantil.

Así que tengo que redactar otra vez el cuento... o dedicarme a otra cosa. Esto de escribir cuentos para niños no es tan fácil como parece... ¿o sí lo es?

Otro cuento para niños, escena 1

Otro cuento para niños, escena 2

Otro cuento para niños, escena 3

Otro cuento para niños, escena 4