viernes, octubre 24, 2008

El dilema del prisionero

“La policía arresta a dos delincuentes que han cometido juntos un delito. No hay pruebas suficientes para condenarlos. Tras haberlos separado, les ofrece el mismo trato: Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, 10 años, y el primero será liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos permanecen callados, todo lo que podrán hacer será encerrarlos durante 6 meses por un cargo menor. Si ambos confiesan, los dos serán condenados a 6 años.”


Este problema es uno de los ejemplos más conocidos de un área de las matemáticas llamada teoría de juegos, que trata de modelar la forma en la que los humanos tomamos las decisiones cuando hay terceros implicados. Es el campo al que se dedicó el premio Nobel John Nash, cuya vida inspiró la película “Una mente maravillosa”, interpretada por Russell Crowe.
Fue precisamente Nash el que mostró que los dos prisioneros optarían, en el llamado “equilibrio de Nash”, por traicionar al otro, a pesar de que, si los dos callaran, sería más beneficioso para ellos. Simplificando, la explicación es que así toman una decisión que supone el mal menor de todos los posibles dependiendo exclusivamente de sí mismos. Si confían en su compañero y este les traiciona podrían estar 10 años en la cárcel, así que, al traicionarle a su vez, se aseguran que en el peor de los casos sólo estarán 6 años.

Pese a la poca relevancia que aparentemente pueda tener algo llamado “teoría de juegos”, resulta que esta rama de la matemática tiene importantes aplicaciones en la vida real, en campos tan diferentes como economía, biología, filosofía, estrategia militar, ética, informática… y, como no, en política. Como muestra, este otro “dilema del prisionero” que vivimos periódicamente en nuestro país:

Varios millones de ciudadanos se enfrentan, cada cuatro años, a la toma de una decisión: qué hacer con su voto en las elecciones. Se les plantean dos opciones: la de votar a un partido político asumido como malo (cada vez menos españoles piensan ya que los políticos hacen bien su trabajo) o votar a otro presentado por los medios de comunicación como catastróficamente peor (los partidos concretos varían dependiendo del medio por el que el ciudadano se guíe). También tienen la opción de votar a partidos alternativos o votar en blanco, aunque es desincentivada desde los medios con la casi total ausencia de información sobre las otras alternativas existentes.




En este dilema de los votantes, el equilibrio de Nash se alcanza con el decantamiento mayoritario por el mal menor, esto es, el voto al menos malo de entre los partidos “oficiales” promovidos por los medios. A pesar de que, si todos los ciudadanos votaran a partidos alternativos, terminarían por librarse de aquellos reconocidamente perniciosos, en mayor o menor medida, para todos (sería el bien mayor, salir libre), el votante no se decide por esa vía, porque para tener éxito depende de la colaboración del resto de los ciudadanos, de los cuales, desgraciadamente, no se fía. Por ello, ese votante no osa correr el riesgo de votar alternativo, restando así votos al partido “menos malo” (mal menor, la condena de 6 años) en su lucha contra ese partido al que se teme o aborrece más que a nada en el mundo (el mal mayor, la condena de 10 años).

Y esta estrategia de manipulación de los ciudadanos funciona. Su éxito se basa en tres factores clave:

1) El primero, los gobiernos y los políticos de los distintos partidos deben ser malos, rematadamente malos. Así, los medios de comunicación pueden dividirse el papel de demonizar a unos o a otros, con motivos sobrados para ello (con lo que las críticas son creíbles y veraces); tan sólo tienen que incidir más en los errores de unos y atenuar los de otros para que el ciudadano que sigue ese medio caiga en la trampa de considerar que unos son “menos malos” que los otros. Además, la crítica recíproca crea una falsa pero necesaria sensación de pluralismo político.
Y bueno, si un partido lo hiciera bien, destacaría tanto que se llevaría todos los votos y acabaría con el dilema, con el otro partido, con el bipartidismo, y, de paso, con la partitocracia. No es una opción.
Los políticos actuales no tienen ninguna dificultad en dar adecuado cumplimiento a este requisito.

2) El segundo aspecto clave es mantener a los ciudadanos enfrentados unos con otros, ya que la forma de evitar el perjuicio de estos “dilemas de prisioneros” es la cooperación mutua. Si los delincuentes cooperan, ambos salen libres casi sin condena; se supone que no lo van a hacer porque son delincuentes y, lógicamente, no se fían el uno del otro. Si los ciudadanos cooperásemos, nos haríamos con el poder, ese que corresponde al ciudadano en los sistemas democráticos. Pero como los ciudadanos, en general, no somos delincuentes, hay que evitar de otra forma que nos pongamos de acuerdo. Para eso están esa acritud, enfrentamiento y “mala sangre” que cada día está presente en los medios de comunicación: rojos contra azules, izquierdas contra derechas, nacionalistas contra no nacionalistas, católicos contra laicos… los medios vierten el veneno necesario para mantener enfrentados a suficientes ciudadanos como para que nunca lleguen a plantearse siquiera cooperar.

3) Y el tercer factor clave: la ignorancia. Mantener una ciudadanía lo más desinformada posible, ignorante de los tejemanejes del poder, democráticamente inmadura y, también, si se puede, lo más idiotizada posible. Cuanto más, mejor.
Nuestro sistema educativo y la televisión son fundamentalmente los medios escogidos para cumplir con este objetivo.

Así, manteniendo las condiciones necesarias, se consigue que millones de españolitos tomen cíclicamente la misma decisión ante el mismo dilema, eligiendo, una y otra vez, a los partidos “menos malos”, los cuales siguen en el poder. La alternativa, el reemplazar a nuestra actual clase política por políticos honrados y competentes, esta bloqueada, porque somos incapaces de tomar, mayoritariamente, como pueblo unido, una decisión diferente a la que estamos predispuestos, por naturaleza, a tomar.
Tal y como está previsto y estudiado e, incluso, matemáticamente modelado.

Panorama desolador, otra vez. No me quito este pesimismo de encima…

En fin, termino con una propuesta por si este análisis puede, quién sabe, ayudar en algo: sabiendo lo que hacen con nosotros, podemos cambiar nuestra forma natural de responder. Podemos, simplemente, cooperar.
Una forma de hacerlo: elegir una opción de voto que, aunque sea inútil si somos pocos los implicados, sea útil si la escogen millones, si cooperamos millones. Mi opción es el voto en blanco computable, pero pueden valer otras. No la abstención, que ya es utilizada por millones de ciudadanos sin producir efecto. No los partidos o políticos que salen por la tele, que son los oficiales. Cualquiera de los demás, los desconocidos. O el voto en blanco.
Si muchos cooperamos, funcionará. Si no es así, no funcionará. Pero realmente no tenemos nada que perder: en el peor de los casos, ganarán los de siempre, seguiremos igual, cuatro años más en este demencial “equilibrio de Nash”.

Así que, por mi parte, al menos, desde este humilde y desconocido rincón de Internet, proclamo mi intención de cooperar. Hagan lo que hagan los demás. Sirva o no sirva de algo. Mi posición es y será, para siempre, la de COOPERAR.