miércoles, abril 16, 2008

El ridiboicot

El Parlamento Europeo aprobó casi por unanimidad, el pasado jueves, una resolución condenando la represión de las fuerzas de seguridad chinas en el Tíbet. En ella nuestros europarlamentarios instan a las autoridades chinas a reanudar el diálogo con el Dalai Lama, so pena de sufrir un terrible boicot: el de considerar la opción de que los jefes de estado de la Unión Europea y su Alto Representante, Javier Solana, no acudan a la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos.
¡Qué tremenda amenaza! Seguro que el presidente chino, Hu Jintao, en cuanto se enteró de la noticia, corrió raudo a llamar al Dalai Lama para “seguir dialogando” con él; no sea que, en lugar de acudir el presidente Zapatero a la inauguración de los Juegos, el gobierno español considere enviar a la vicepresidenta De la Vega. ¡Qué trauma para los Chinos supondría eso!

La República Popular China es el país más poblado de la tierra, con más de 1.300 millones de habitantes; es la cuarta potencia económica mundial, por detrás de EEUU, Japón y Alemania; es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU; se incorporó como miembro de la Organización Mundial del Comercio en el 2001; dispone de armas nucleares desde hace más de 40 años. China no es una república bananera de medio pelo, cuyos dirigentes necesiten de algún tipo de legitimidad o reconocimiento internacional para subsistir. Que Sarcozy, Brown, Merkel o Zapatero se personen o no en esa inauguración, es algo totalmente insignificante para los Juegos Olímpicos, para China y para sus dirigentes. Considerar y plantear esa ausencia como un boicot es, sencillamente, ridículo.

En cualquier caso, no me preocupa, ni me sorprende, que nuestros dirigentes hagan el ridículo. Lo que verdaderamente me inquieta es el motivo por el cual nuestros eurodiputados, teóricos representantes de los ciudadanos europeos, malgastan su tiempo y nuestro dinero incluyendo semejante bobada en su resolución de condena a China, en lugar de preparar algún tipo de respuesta verdaderamente eficaz para intentar parar lo que está ocurriendo en el Tíbet.
La explicación de esta “blandura” de nuestros europarlamentarios con China la tiene, naturalmente, el “poderoso caballero”.
China es el principal socio comercial de la Unión Europea, superando los 200.000 millones de euros anuales en importaciones y exportaciones. Es nuestra principal fuente de importación, mientras que la Unión Europea , a su vez, acaparó en 2006 el 15,5% del comercio exterior chino, siendo su mayor proveedor de tecnología (superando a Japón y EEUU). China, en definitiva, ha abierto sus puertas a las multinacionales, entre ellas, las europeas, que llevan allí sus fábricas y venden allí sus productos.
Los dirigentes europeos no tiene ninguna intención de poner en peligro este estado de cosas por mucha represión que haya en el Tíbet. Por el contrario, a pesar de las reconocida y sistemática violación de derechos humanos en China, la Unión Europea destina desde hace años millones de euros a medidas de cooperación, para mantener y fomentar esta “sociedad”.
Es decir, lo boicotear de verdad a China o a los Juegos ni se plantea.

Pero claro, no queda bien esto de llevar los Juegos Olímpicos a ese país que, entre otras cosillas, está teniendo el mal detalle de reprimir las protestas de los disconformes tibetanos matándolos.
Así que hay que hacer algo de cara a la galería. Hay que maquillar esta indiferencia notoria de los países europeos hacia los pobres, maltratados y asesinados tibetanos.
Y ya está hecho. Los ciudadanos europeos ya pueden quedarse tranquilos, con esta resolución ya hemos puesto a los dirigentes Chinos en su sitio. ¡Qué se habrán creído! ¿Que íbamos a quedarnos tan tranquilos con lo que les están haciendo a los tibetanos? ¡Que tengan cuidado! o... nos plantearemos no enviar a Zapatero a la inauguración de los Juegos.

En fin, el año que viene hay elecciones europeas. Es buen momento para reflexionar sobre si queremos que estos eurodiputados que tenemos ahora sigan teniendo la potestad de llamarse representantes nuestros y de actuar en nuestro nombre.

domingo, abril 13, 2008

El inútil cambio de hora

Menuda gracia lo del cambio de hora. Todos los años por estas fechas, la misma broma. El lunes de después del cambio, el despertador suena una hora antes. Una hora menos de sueño, así, por las buenas. ¿Quién sería el gracioso al que se le ocurrió gastarnos esta bromita a los españoles?
Según dicen, se ahorra energía. Aunque la deben ahorrar los demás, porque en mi casa el ahorro no se nota lo más mínimo.
En cambio, lo que sí he notado estas últimas dos semanas ha sido la falta de sueño: dolores de cabeza, irritabilidad, somnolencia, falta de concentración... todo ello gracias al cambio de hora. Y es que hay afortunados a los que no les afecta el cambio, pero otros no tenemos esa suerte.
Si verdaderamente cambiar la hora estuviera justificado, si verdaderamente se ahorrara una cantidad significativa de energía, tendría sentido el sacrificio que algunos hacemos con esto del cambio horario. Pero... ¿es así? ¿De verdad se ahorra energía?
Tal vez hace 30 años así ocurría. O tal vez en los países del norte de Europa, que tienen menos horas de luz en invierno y más en verano, tenga sentido cambiar la hora. Pero lo que es en España, en este año 2008, no lo tiene.
Y si lo tiene, que lo demuestren.

El Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), entidad pública adscrita al Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, justifica la idoneidad de la medida en un estudio realizado en el año 1999 por encargo de la Comisión Europea. Sin embargo ese estudio no está fácilmente accesible al público: ni se puede descargar de la web del IDAE, ni de la del Ministerio. Está, por así decirlo, oculto.
La únicas referencias a ese misterioso estudio que he podido encontrar hablan de un ahorro de energía de entre un 0% y un 0,5%. Es decir, nada o casi nada.
El IDAE, por su parte, “estima” un ahorro que “puede llegar a representar un 5% del consumo eléctrico en iluminación”, pero sólo en caso de un “comportamiento responsable en el hogar” y de “utilización de tecnologías de ahorro en iluminación por aprovechamiento de la luz natural, en edificios del terciario y en industrias”. Vamos, que si nos ponemos a ello, ahorramos energía, evidentemente. Lo que no dice el IDAE es si ese ahorro del 5% es debido al comportamiento responsable de ciudadanos y empresas, o al cambio de hora. Que más bien va a ser lo primero.
Conclusión: por lo que sabemos, de ahorro energético, nada o casi nada.

Busquemos otra justificación: ¿qué otras ventajas supone el cambio horario?
Seguro que muchos estarán pensando en lo agradables que son las largas tardes de primavera y verano, en cómo se puede aprovechar esa hora adicional de luz vespertina.
Estoy de acuerdo. Me gusta el horario de verano, me gusta esa hora adicional de luz solar por las tardes. Y si encima, ese horario supone un ahorro energético, pues mejor. Bienvenido sea el horario de verano.
Pero, fíjense, lo que apreciamos es el horario de verano, no el cambio de hora.
Es decir, si el horario de verano es “el bueno”... ¿por qué lo cambiamos? ¿Por qué volvemos al horario de invierno en octubre? ¿Por qué renunciamos a esa hora de luz extra en las tardes de noviembre a marzo?
No hay ningún motivo para hacerlo.

En fin, esto del cambio de hora tampoco es que sea excesivamente grave. Pese a unos cuantos días malos que algunos habremos pasado, nuestros políticos cometen tropelías con consecuencias mucho peores que algún que otro dolor de cabeza. Pero aun así, el cambio horario es un ejemplo especialmente significativo de un hecho que sí es tremendamente preocupante: la situación de subordinación que tenemos los ciudadanos españoles con respecto a la clase política.
Los políticos nos dicen que adelantemos la hora, y la adelantamos. Nos dicen que la atrasemos, y la atrasamos. Nos dicen que votemos SI a la Constitución Europea sin leerla ni entenderla, y así lo hacemos. Los políticos disponen y, tenga sentido o no lo que ordenen, los ciudadanos obedecemos.

Espero que algún día los españoles se den cuenta de que, en una democracia, los ciudadanos mandan y los políticos obedecen. No al revés.