lunes, diciembre 29, 2008

El futuro de la educación en Castilla-La Mancha

La Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha está elaborando, en estos momentos, una Ley de Educación propia, castellano-manchega. La finalidad de esta ley no es otra que dar el respaldo legal necesario al brillante camino emprendido por nuestras autoridades regionales desde que, hace ya nueve años, asumieran las competencias en materia de educación, que se ha coronado exitosamente estos últimos años superando la cota del 30% de fracaso escolar. Nuestro sistema educativo es uno de los peores de España, lo que supone un gran logro, teniendo en cuenta que los diferentes sistemas educativos españoles están a su vez entre los peores de Europa.
Para obtener el máximo consenso posible en lo que a la elaboración de la Ley se refiere, la Consejería ha llevado a cabo una campaña de recogida de las aportaciones que los miembros de la comunidad educativa tuvieran a bien realizar. Todavía se pueden hacer propuestas aquí.
Una pequeña parte de la comunidad educativa ha respondido al ofrecimiento, y ha hecho una buena cantidad de sugerencias que podrían servir, de ser escuchadas, para arreglar un poco el soberano desaguisado que actualmente es nuestro sistema educativo regional.
Pero no caerá esa breva. Mucho me temo que el problema de nuestro sistema educativo no se va a resolver con esta Ley. Ni siquiera aunque contemplara las propuestas más necesarias de las realizadas por la comunidad educativa. Existen impedimentos demasiado grandes para ello.

Para empezar, los mandamases educativos hacen gala de una absoluta falta de autocrítica: están tremendamente satisfechos con su trabajo, y así lo repiten cada vez que tienen ocasión. El mensaje que transmiten es que, aun reconociendo que la situación del sistema educativo castellano-manchego es catastrófica, se está trabajando bien, incluso muy bien. La justificación de esta asombrosa afirmación es que antes la cosa era todavía peor -lo cual es, cuanto menos, discutible-, y que, en “sólo” nueve años la Junta no ha podido todavía mejorar suficientemente el deficiente sistema educativo que “heredó” del Estado español. Y es que en nueve años no da tiempo a nada, ya saben. Un instante insignificante.
Luego, puesto que lo están haciendo bien, no van a cambiar su forma de actuar.

Otra consecuencia de esta autocomplacencia es que no se buscan soluciones fuera. Puesto que lo hacemos bien, no necesitamos estudiar lo que hacen en otras partes, otros países, donde según esos malinterpretados informes PISA, la calidad de sus sistemas educativos es muy superior a la del nuestro.
Así que nada de ayudas externas.

Uno más. Existe un enorme desconocimiento de la situación real de nuestro sistema educativo, ya que sabemos que la situación es mala, pero no sabemos cuánto. Desde que la Junta decidió dejar de utilizar el informe PISA, el único dato que está manejando (al menos públicamente) es el número de suspensos y aprobados, el cual, como único indicador de la calidad del sistema educativo, es insuficiente. Al ser este número de aprobados el único indicador, el objetivo de la autoridad educativa es mejorar esa cifra, es decir, conseguir más aprobados. Y hay dos vías para obtener ese fin: la primera, elevando el nivel de formación de los alumnos; la segunda, bajando la exigencia a la hora de evaluarlos, o lo que es lo mismo, regalando los aprobados. La primera vía es difícil de conseguir, requiere voluntad, esfuerzo y capacitación; la segunda vía no requiere más que motivar ligeramente al profesorado para que suba las notas de los alumnos, aunque estos no mejoren, o incluso aunque empeoren. Adivinen cual de estas dos estrategias es la que está empleando la Consejería de Educación.

Se podría añadir mucho más, pero a grandes rasgos, están esbozados los motivos por los que la educación de nuestros alumnos no va a mejorar. Resumidos en uno, que no hay voluntad de que eso ocurra.

Pero eso no es lo peor. Lo más grave es que, en cierto modo, esta actitud negligente de las autoridades educativas está justificada, ya que, como comentó recientemente nuestro Director General de Personal Docente, tiene el respaldo de esa mayoría de votos recibida elección tras elección, desde hace ya 30 años. Este Sistema Educativo es como es porque una mayoría de castellano-manchegos así lo quiere, y así lo expresa en las urnas; o al menos, así lo permite. Y también se asume, en consecuencia, el daño que está causando, y el que va a causar, la incorporación a la vida de adulto de un creciente porcentaje de jóvenes cada vez más deficientemente formados.
En fin, esperemos que, por el bien de todos, por nuestro futuro, los castellano-manchegos cambien, lo antes posible, de parecer.

Me parece esencial que haya pordioseros ignorantes. No debemos instruir a la mano de obra, sino al buen burgués”. Voltaire.

Escolarizar no es lo mismo que instruir.

jueves, diciembre 04, 2008

El Terror

Por entonces la política reinaba en Roma; tenía por ministros a sus dos hermanas, la Trapacería y la Avaricia. Se veía a la Ignorancia, al Fanatismo y al Furor correr a sus órdenes por Europa; la Pobreza las seguía por todas partes; la Razón se escondía en un pozo con su hija la Verdad. Nadie sabía dónde estaba ese pozo; y, de haberlo sospechado, habrían bajado a él para degollar a la hija y a la madre.

Así describía François-Marie Arouet, alias Voltaire, la situación en la Europa de mediados del siglo XVIII, en su relato “Elogio histórico de la Razón”. Voltaire hacía referencia, fundamentalmente, a las acciones de ese enorme poder que suponía la Iglesia Católica en aquellos tiempos, en los que todavía la Inquisición seguía haciendo de las suyas. Voltaire fue, toda su vida, extremadamente crítico con la Iglesia, a la que culpaba, casi en exclusiva, de todos los males de su época.
Hoy, la Iglesia Católica no es la misma que antaño, y sin embargo, supongo que ese párrafo les habrá resultado tan familiar como a mí.
Esto es porque una parte de lo que se describe lo estamos viviendo cada día en esta España nuestra del tercer milenio, en la que la política reina, y sus ministros, hoy ministros y ministras, siguen siendo los mismos. También la ignorancia, el fanatismo y el furor siguen al servicio del poder imperante, tal y como ocurría entonces. Es cierto que la pobreza no es la misma que la que hace dos siglos y medio se extendía por la Francia de Voltaire: los avances tecnológicos y la globalización nos han permitido, hoy, trasladar esa miseria extrema lejos de nuestras casas, a otros continentes, a otros hombres y mujeres, asiáticos, africanos y sudamericanos; dejando a un lado, claro, algún que otro barrio marginal de nuestras grandes urbes y esos más de 8 millones de personas que viven bajo el umbral de la pobreza “relativa”, en estos mismos momentos, en nuestro país. Pobreza que gracias a esta última crisis no va a ser tan “relativa”.
Fuera de España, esa misma descripción se ajusta, como un guante, a nuestro actual mundo globalizado, tan bien como se ajustaba a la Europa de entonces.

Pocos años después de que Voltaire escribiera su Elogio a la Razón, en Francia estalló la Revolución Francesa. Para muchos, fue el símbolo de la lucha del hombre por la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad. Pero también trajo consigo algo más, personificado en nombres como Marat, Danton y Robespierre: el Terror.
Y es que la pobreza, la ignorancia, el fanatismo, y el furor, siempre traen consigo al mismo acompañante indeseado.

Hoy convivimos cada día con el Terror. Unas veces lo vemos de lejos, en los países del tercer mundo azotados por el hambre y la miseria, la ignorancia y el fundamentalismo religioso. Pero otras veces lo sentimos en nuestras carnes. La semana pasada fue protagonista en La India. El pasado sábado, en Azcoitia. Nadie está completamente libre de que, algún día, ese tren o ese aeropuerto concreto, ese colegio, supermercado o calle, sean los suyos.

Para acabar con el Terror hay que evitar aquello que lo origina. Si no se ataca el mal en su raíz, no es posible acabar con él. Se puede llegar a atenuar por un tiempo, pero siempre volverá a rebrotar. Se puede apagar un fuego, pero no se dejarán de quemar los bosques mientras se sigan prendiendo otros fuegos.
Acabar con la pobreza es, a nivel global, el mejor punto de partida, y no sólo porque es una obligación moral: también es lo mejor desde un punto de vista puramente egoísta. Mientras un único ser humano padezca la falta de alimento, de agua potable, de medicamentos básicos, o de, en definitiva, una vida mínimamente digna, esa miseria continuará siendo caldo de cultivo del Terror. Hoy, gracias a esos avances tecnológicos y esa globalización, es posible acabar con la pobreza. Todas esas muertes, todo ese sufrimiento causado por la falta de recursos, es evitable. Y también, por ello, su existencia representa otra forma, mucho más deleznable, de Terror. Pongámosle fin, y cuanto antes, mejor.

No hay nada mejor para desincentivar el terrorismo, especialmente el suicida, que una vida digna de ser vivida.