Un poco de historia como punto de partida:
- En 1789, dentro del entorno de extrema desigualdad social de la Francia del siglo XVIII, se vivió la Revolución Francesa, consecuencia de la crisis económica a la que acompañó finalmente una gran escasez de alimentos, producto de los desorbitados impuestos con los que la nobleza absolutista se apropiaba de los recursos de campesinos y burgueses.
- En 1929, se produjo la que ha sido calificada como la mayor crisis económica del capitalismo: el crack del 29. Tras el superávit especulativo del mercado de valores de Nueva York, se había producido lo que se conoce como una “burbuja” económica. Movidos por el ansia de obtener dinero fácil, cientos de miles de norteamericanos habían invertido gran parte de sus ahorros, incluso llegando, en muchos casos, a pedir créditos para realizar sus inversiones. Cuando la burbuja pinchó, los valores de las acciones cayeron en picado, produciendo la ruina de los inversores y continuando con la “Gran depresión”, un periodo de declive económico que afectó a todas las naciones industrializadas.
- Prácticamente lo mismo que lo ocurrido en el crack del 29, aunque afortunadamente en menor grado, es lo que nos ha sucedido en España, sólo que en lugar de acciones aquí la inversión ha sido en ladrillo.
Es curioso, pero aparecen similitudes muy significativas entre los “felices años 20” americanos y estos últimos “felices años del sector de la construcción” españoles: grandes mejoras tecnológicas, concentración del capital en manos de grandes corporaciones, modelo de vida consumista (“american way of life”), créditos fáciles...
Similar escenario, similares acciones, similares consecuencias.
A pesar de las experiencias anteriores, la historia se repite, tropezamos una y otra vez con las mismas piedras.
Todas estas crisis tienen al menos dos puntos en común: el primero, la acumulación desproporcionada de recursos económicos en unas manos; el segundo, la escasez de los recursos en otras.
La sangría de impuestos con los que la nobleza francesa amasó sus colosales fortunas tuvo como consecuencia directa el empobrecimiento insoportable del pueblo francés. La acumulación de recursos económicos por parte de los especuladores americanos era insostenible, y tuvo su final cuando ya no hubo de donde obtener recursos para seguir subiendo el valor desmedido de las acciones. La acumulación de “ladrillo” en España ha cesado cuando ya no han quedado recursos suficientes a los potenciales compradores de viviendas para poder pagar los desorbitados precios a los que la especulación las ha llevado.
El primer principio de la termodinámica se resume así: “la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”. Con los recursos económicos, todo aquello que el ser humano puede poseer que tenga algún valor, incluido su trabajo, y hasta su vida, ocurre algo parecido. Los recursos ni se crean, ni se destruyen: se transforman... y cambian de manos. Por ello, la acumulación de recursos en un lugar, puesto que esos recursos tienen que venir de alguna parte, produce inevitablemente una escasez de recursos en otro lado. El crecimiento ilimitado de los recursos económicos de un sector de la población no es sostenible, porque los recursos vienen de los “almacenes” de recursos de otros sectores de la población, que son limitados y, tarde o temprano, se agotan. Y cuando esto ocurre, llegan las crisis.
¿Cuántas veces hemos escuchado últimamente que “los pobres son cada vez más pobres mientras los ricos son cada vez más ricos” o que “en XXX cada vez hay más millonarios”? Esas afirmaciones son una clara advertencia de que las cosas no se están haciendo bien. Cuanto más se acumula la riqueza en unas pocas manos, más escasea en otras.
Es el preludio de la crisis.
La historia de la humanidad es un continuo devenir de crisis. El ansia de obtener poder y riqueza es una de las características naturales, instintivas, del ser humano. Como dice la canción: “todos queremos más, y más, y más, y mucho más”. Pasamos la vida intentando tener más, más de lo que nos corresponde por nuestro trabajo, más de lo que aportamos, por nuestra parte, a la sociedad, más de lo que tienen los demás. Y la consecuencia del éxito de algunos en esta “misión” es que otros tienen cada vez menos. Y cuando esa situación se vuelve insostenible, bien a nivel general, bien con algún recurso concreto o en algún lugar concreto, llegan las crisis.
Y con esto yo diría que hemos llegado, finalmente, al origen fundamental de las crisis económicas: nuestra naturaleza, nuestra avaricia, nuestro egoísmo, y también nuestra estupidez, que toma forma en la incapacidad para aprender de los errores y darnos cuenta de que las crisis se vuelven, al final, incluso hacia la mayoría de los que las causan.
Conocida la causa, la solución se revela evidente: acabar con la escasez, acabar con la desigualdad, acabar con la acumulación injusta de recursos, y con esto no sólo me refiero a los ricos, o a los especuladores, sino a todo el “primer mundo” en general, construido y mantenido, cada día, con recursos robados y sobre las vidas de millones de seres humanos.
Pero para ello habría que superar previamente esa avaricia y ese egoísmo animal que nos hacen comportarnos tal y como lo hacemos ahora.
No se puede acabar con la desigualdad si no se quiere acabar con la desigualdad.
No se puede acabar con la pobreza si el mayor deseo de cada uno es engrosar la lista de los ricos, o tener ese BMW, ese chalecito o esa tele de plasma de última generación.
En fin, para cambiar el mundo tendríamos que cambiar antes nuestra naturaleza. Habría que dejar de ser, en parte, los animales que somos, para ser otra cosa. Algo que el homo sapiens no ha sido nunca, pese a lo que nos creemos: seres humanos.
Me temo que es pedir demasiado a unos simios parlantes alopécicos y cabezones.
En fin, las crisis las causamos nosotros, y nosotros podemos ponerles fin. Si un número suficiente de personas tuviera la voluntad de actuar de forma diferente, cambiar las cosas sería sencillo, porque las medidas concretas para regular adecuadamente la actividad económica son más bien obvias, fácilmente alcanzables una vez se sabe lo que se quiere conseguir.
Pero si no hay voluntad de cambiar, y ahora mismo este es el caso, no hay solución. Sólo podemos sobrellevar lo mejor posible esta crisis y... las que van a venir después. Sólo podemos intentar sobrevivir lo mejor posible... como haría cualquier otro animal.