domingo, diciembre 24, 2006

Camino al bipartidismo

Esta es la evolución del porcentaje de votos de las elecciones locales de un municipio de Castilla-La Mancha, Ciudad Real (en rojo las candidaturas que no obtuvieron concejales).


Podemos apreciar varias cosas:
- En estos momentos, el 11% de los ciudadanos no están representados ni siquiera con un concejal.
- Se ha ido reduciendo el número de partidos con concejales: 4 en 1987 y 1991, 3 en 1995 y 2 en 1999 y 2003. En las dos últimas elecciones de 7 y 6 partidos presentados únicamente obtuvieron concejales 2.
- Los últimos 4 años el gobierno local ha contado con el apoyo de menos de la mitad de los vecinos, concretamente de un 45%. O lo que es lo mismo, la mayoría de los ciudadrealeños no querían al alcalde que han tenido que aguantar.

La verdad es que el panorama no es muy alentador. Y si jugamos un poco con las cifras, obtenemos esto:


Si sumamos los votos del PP y del PSOE, por un lado, y sus concejales, por otro, observamos una evolución ascendente que ha llegado casi a un estado estacionario: PP y PSOE con el 89% de los votos y con el 100% de los concejales.
Parece que, para las municipales de 2007 (y para los restos), en Ciudad Real, el pescado prácticamente está todo vendido: PP o PSOE. Y al que no le guste, ajo y agua.

En la dictadura sólo mandaba uno.
En esta democracia, en Ciudad Real, 30 años después, ya sólo mandan dos.

Bienvenidos a la democracia más paupérrima del mundo.

Por cierto, ¿qué tal en su ciudad?

viernes, noviembre 17, 2006

¿Son infalibles los funcionarios?

En un estado laico como el nuestro no se puede considerar, a efectos legales, la infalibilidad del Papa. Pero eso no quiere decir que no tengamos nuestros infalibles.

Nuestros doctos jueces, juristas y leguleyos, han decidido que los Tribunales Calificadores de los procesos selectivos son infalibles, concretamente, en sus juicios técnicos. A eso se le llama discrecionalidad técnica. Según me han indicado, la jurisprudencia así lo confirma:
“la valoración de la calidad intrínseca de méritos y aptitudes de los concurrentes a pruebas selectivas pertenece en exclusiva al órgano calificador en uso de una discrecionalidad técnica, no revisable jurisdiccionalmente” (sentencia del Tribunal Supremo de 18 de abril de 1990).
El Tribunal constitucional, garante del cumplimiento de nuestros derechos constitucionales, también ha reconocido este ámbito de la discrecionalidad técnica, “en cuestiones que han de resolverse por un juicio fundado en elementos de carácter exclusivamente técnico” (Stc. 34/1995 de 6 de febrero).

Es decir, que unos simples funcionarios, por su mera presencia en un tribunal de una oposición... ¡Se convierten en infalibles! ¡Es un milagro! ¡El milagro de la discrecionalidad técnica!

Un momento...
No, no puede ser, si vivimos en un estado laico no pueden admitirse los milagros... tiene que haber otra explicación. Vamos a ver...

Los funcionarios son humanos, y los humanos erramos, luego no pueden ser infalibles.
Por tanto, los jueces, lo que en realidad han admitido es que, aunque los Tribunales de las oposiciones puedan tomar decisiones equivocadas, no se permite a los ciudadanos recurrir a los Tribunales de Justicia para reparar el daño causado por esos errores.
Sin embargo, una de las misiones de los jueces es controlar la labor de la Administración Pública, para eso existen los Tribunales de lo contencioso-administrativo.
Por consiguiente, al excluir los juicios técnicos de los Tribunales de oposiciones de ese control, se ha hecho una excepción.
Una excepción que causa un perjuicio a los ciudadanos.
Una excepción que elimina un derecho de los ciudadanos.

Y si se hace una excepción, sin que haya causa o justificación alguna... ¿cuántas más se estarán haciendo?

miércoles, noviembre 08, 2006

Los tres poderes “independientes"

De mis tiempos de infante recuerdo una lección en concreto que se me quedó grabada en mucho mayor grado que otras. Ocurrió en algún momento de los años 80, cuando todavía existía la EGB, y era una clase sobre nuestra democracia. Trataba esa lección sobre los tres poderes que ocupan la cima de nuestro sistema de gobierno: el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial. Sobre qué eran y por qué existían. Lo cierto es que recuerdo especialmente ese día porque no me enteré de nada de lo que se nos intentó inculcar en esa clase. Salí tan ignorante como entré acerca de lo que era la democracia y de lo que eran esos tres poderes, que me sonaban algo así como a la Santísima Trinidad del catolicismo, pero en este caso de la democracia española. No era normal que algo tan importante para el gobierno de la nación fuera tan complicado, pensé, algo avergonzado por no haberlo comprendido. Lo único que saqué más o menos en claro era que esos poderes eran independientes para controlarse los unos a los otros, evitando así los tremebundos problemas que al parecer hubiera causado el tener un único órgano de poder.

Y pasaron los años, y la vida me puso delante la necesidad de conocer mejor nuestra Constitución. Y heme aquí que, largo tiempo después de ese negro día de mi vida estudiantil, alcancé a entender el laico misterio de la trinidad del poder en la democracia española. Y cual sería mi sorpresa al descubrir que, inexplicablemente, de los tres poderes que esperaba hallar, únicamente encontré uno.
Se preguntará... ¿qué quiere decir con eso?

Según la Constitución Española, existen tres órganos de poder en nuestra democracia: las Cortes Generales (formadas por el Congreso y el Senado), el Gobierno de la Nación, y el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), correspondientes a los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. E incluso tenemos un cuarto órgano de poder, el Tribunal Constitucional, encargado de velar por que la Constitución sea respetada, entre otros, por los tres poderes anteriores.
Y, también según la Constitución Española, esos poderes son independientes. Y ahí está el quid de la cuestión: No son independientes, y no lo pueden ser de ninguna manera porque la misma Constitución Española los hace dependientes unos de otros.

Me explico: según la Constitución, la cosa es así:
1) Los ciudadanos eligen a los diputados y senadores, que constituyen las Cortes Generales.
2) Los diputados eligen el Presidente del Gobierno, el cual forma el Gobierno de la Nación.
3) Las Cortes eligen a los miembros del CGPJ.
4) El Gobierno, las Cortes y el CGPJ eligen a los miembros del Tribunal Constitucional.
Gráficamente:

Como puede observarse fácilmente, todos los “poderes”, TODOS, dependen de las Cortes Generales, el poder legislativo, UN ÚNICO PODER. Así, los políticos elaboran las leyes, escogen el gobierno que las ejecuta, controlan a los jueces que las aplican y, finalmente, controlan también a los encargados de velar porque su actuación sea acorde con la constitución.

Nótese lo absurdo de este sistema: los políticos eligen a las personas que después deben controlarlos. ¿Tiene esto sentido? ¿Se imagina que se permitiera a los delincuentes elegir a los policías que van a encargarse de evitar sus delitos? ¿O elegir a los jueces que van a juzgarles? Entonces... ¿por qué se le permite eso mismo a nuestros políticos?
¿Puede alguien explicármelo?

viernes, octubre 20, 2006

Ciudadanos y súbditos

Decía Hitler en “Mi Lucha”, que “el estado racista clasifica a sus habitantes en tres grupos: ciudadanos, súbditos y extranjeros.” Para Hitler únicamente los ciudadanos podían tener derecho a participar en política, ya fuera pasiva o activamente. Los súbditos, en cambio, podían haber nacido en Alemania, pero no tenían los mismos derechos que los ciudadanos. No podían votar, no podían ser representados en los gobiernos.

En España, hoy, afortunadamente, la ciudadanía no está restringida por motivos de “raza”. Sin embargo, el sistema que utilizamos para convertir votos en escaños, la Ley D’Hont, tiene unos efectos muy inquietantes. Observemos los resultados electorales de las generales del 2004:

Resultados electorales generales 2004
Como puede apreciarse en la tabla, hay ciudadanos cuyo voto vale más que el de otros. Por ejemplo, son necesarios 4,3 votos de IU para conseguir la misma representación que 1 voto de EAJ-PNV (el voto de más valor), o, lo que es lo mismo, 10 votantes de EAJ-PNV cuentan lo mismo en el parlamento que 43 votantes de IU.
¿Dónde decía eso de que todos somos iguales?

Debajo de la tabla he añadido una clasificación de los ciudadanos según el valor que se les reconoce a efectos de representación parlamentaria.
En la parte más baja de esta democracia clasista están los ciudadanos a los que, durante los siguientes 4 años, no se les ha concedido derecho a ser representados en el parlamento: sus votos no valen nada. Son los votantes en blanco y los que han votado a un partido que no ha conseguido escaño. En una democracia representativa como la nuestra, eso significa que han sido excluidos de la democracia, que no cuentan, no valen, no pintan nada, que no son nadie. O, como diría el bueno de Adolf, son súbditos, no ciudadanos.

¿Dónde está usted? ¿Es un ciudadano de primera, de segunda, de tercera, o ni siquiera eso?

domingo, septiembre 24, 2006

El extraño y desconocido voto en blanco

Erase una vez una nación que no era nación, en la que un día unos políticos aprobaron una ley electoral. Y en esa ley incluyeron una cosa muy extraña llamada voto en blanco. Por si no lo sabe, para votar en blanco lo que hay que hacer es depositar un sobre vacío en la urna. ¡Qué raro! ¿No le parece?
La verdad es que no tengo muy claro por qué lo hicieron. En la Ley electoral no hay justificación alguna del por qué se le da validez al voto en blanco. Tampoco de por qué, después de hacer el recuento, a pesar de ser un voto válido, se ignora. Tampoco explica para qué sirve, qué función tiene este voto en blanco. Ni por qué razón un ciudadano habría de votar en blanco.
Cabría pensar que, dada la importancia que tiene el acto de votar para los ciudadanos de una democracia, estos tendrían que conocer suficientemente, al menos, las opciones de voto que tienen. Pero lo cierto es que del voto en blanco no sabe nada casi nadie. Pregunte usted a sus amigos, familiares y conocidos por las cuestiones que le comentaba el párrafo anterior. Verá como casi ninguno sabe responderle.
Tampoco se enseña nada del voto en blanco en las escuelas. Para las personas de más edad, educadas en anteriores regímenes dictatoriales, es normal, pero para los que nos hemos educado en la democracia, no lo es tanto. ¿Acaso no está la escuela para educar a los niños para que, cuando sean adultos, sepan desenvolverse en la sociedad? ¿Y no necesitarán esos futuros adultos saber votar? Al parecer, en esta extraña nación, no lo necesitan. Extraña democracia, esa en la que los ciudadanos no necesitan saber votar.
Una muestra más de este hecho es que el voto en blanco apenas se menciona. No aparece referencia a ese voto en los medios de comunicación. Se diría que no existe, pese a que está ahí. Tampoco se hace referencia a los más de 400.000 votantes en blanco que hay en esa nación. Se diría que no existen tampoco.
Da la impresión de que los líderes de esa peculiar democracia, tienen un interés especial en que los ciudadanos no conozcan demasiado esa opción particular de voto. Y, por tanto, en que no la utilicen. Pero... ¿para qué ofrecer algo a los ciudadanos que no quieres que sea utilizado? No sé qué pensar... ¿Acaso se ofrece a los ciudadanos un sistema judicial que no ofrece justicia? ¿Un sistema educativo que no educa? ¿Un sistema sanitario que no sana? ¿Viviendas para que no las habiten? ¿Una policía que delinque? ¿Un empleo tan precario que tan solo alguien sumido en la desesperación podría aceptar? ¿Una administración pública tan ineficiente e ineficaz que causa más problemas de los que resuelve? O, no puede ser... ¿Acaso se ofrece una democracia que no es tal democracia?
Como ciudadano de esa nación, estas preguntas me causan inquietud. Y me gustaría que los políticos aclararan mis dudas sobre estas cuestiones. ¿A usted no?

martes, septiembre 19, 2006

El voto invisible

Hay que reconocer que nuestra democracia es la leche. Fíjese usted si no tengo razón, que hasta podemos utilizar... ¡un voto invisible! a la hora de ejercer el pequeño papel que nos han concedido a los ciudadanos para participar en el gobierno de la nación.
¿Que no se lo cree? Pues es cierto, yo mismo lo utilicé las últimas elecciones. Se trata de una papeleta electoral invisible. Desde luego tengo que reconocer que es más difícil usar este voto que votar a un partido de los de siempre. Porque encontrar las papeletas invisibles en las cabinas de los centros electorales es complicado. Y es que las papeletas son, además de invisibles, intangibles e inodoras. Imagínese, encontrar un taco de papeletas electorales invisibles, intangibles e inodoras en esas cabinas de tan reducidas dimensiones, mientras una multitud de ciudadanos espera impaciente su turno, fuera de la cabina, para recoger su papeleta; y además, sujetando como podemos las minúsculas cortinillas para que nadie te vea buscando los votos invisibles (no sea que te tomen por loco). Para ponerse de los nervios.
Por esa razón, el Partido Invisible, previendo los problemas de sus votantes en el día de las elecciones, envía las papeletas directamente a los ciudadanos a sus hogares. Pero lo cierto es que la cosa no ayuda demasiado, porque las envía en sobres igualmente invisibles, intangibles e inodoros con sellos de las mismas características. Y... ¿cómo saber que en el buzón hay un sobre invisible con una papeleta invisible esperando para ser recogido? La mayoría de las veces las papeletas caen al suelo al recoger el resto de los envíos postales y acaban siendo barridas, de forma inconsciente, por el cruel cepillo de los profesionales de la limpieza.
En definitiva, es complicado utilizar el voto invisible. Pero es posible.
Aunque la cosa es aún peor. Una vez alcanzado el logro de introducir la papeleta invisible en el sobre electoral, hay que entregárselo al presidente de la mesa electoral que nos corresponda, el cual lo depositará en el interior de la urna. Lo malo es que la papeleta, ni ocupa volumen ni pesa, por lo que la diferencia, al tacto, entre un sobre con una papeleta normal y un sobre con una papeleta invisible es notoria. Y el presidente de la mesa, al tomarla para introducirla en la urna, se da cuenta de que estás echando un voto invisible. Y eso no está bien. No es tanto porque se vulnere el derecho al voto secreto que tenemos todos los españoles, sino porque el perjuicio que te puede causar votar invisible puede ser importante; y es que eso de votar invisible está mal visto, es cosa de bichos raros, de locos, de revolucionarios... y si el presidente se va de la lengua, luego pasa lo que pasa. Te señalan por la calle, te despiden de tus empleos, no te dan trabajo, no te conceden créditos... horrible.
Pero lo peor de lo peor está aún por llegar. Una vez terminadas las votaciones, los votos se cuentan, incluidos los votos invisibles, que son considerados votos válidos, y computan, ayudando a hacer ligeramente más difícil, dada la particular forma de asignación de representantes que usamos en nuestra nación, que los partidos minoritarios obtengan representación. Pero, cuando llega la hora de asignar cuántos diputados invisibles (los diputados del Partido Invisible son invisibles también, obviamente) se corresponden con los votos invisibles que hay, ¡estos se ignoran! ¡En ese momento dejan de computar! De esta forma, se roba (legalmente, eso sí) los escaños a los diputados invisibles para que los ocupen otros diputados de otros partidos a los que los votantes no hemos elegido.
En fin, como decía, nuestra democracia es la leche. O más bien debe ser la democracia de otros, porque, dado que nos roban nuestros representantes, esta democracia tal vez no sea nuestra. Está claro que algunos no pintamos nada en ella. ¿Será que somos también invisibles?



Se considera voto en blanco, pero válido, el sobre que no contenga papeleta y, además, en las elecciones para el Senado, las papeletas que no contengan indicación a favor de ninguno de los candidatos.
Art. 96, punto 5, de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General.